La familia multiespecie: un desafío social
Según la encuesta Cadem “El Chile que viene: mascotas” del año 2019, el 73% de los chilenos vive con al menos un animal, y el 96% lo considera como miembro de su familia. Aunque este fenómeno no es nuevo, sólo en los últimos años ha sido objeto de mayor estudio.
Sabemos que muchas personas establecen fácilmente una relación de parentesco con los animales con los que conviven. No es extraño entonces que en la literatura especializada se reconozca este fenómeno como un nuevo modelo familiar: la familia multiespecie.
Sin embargo, la mera convivencia con otro animal no implica, necesariamente, la existencia de una familia multiespecie. Así, convivir con un animal encerrado permanentemente en una jaula, o cuya movilidad esté claramente restringida; o con un animal que se explota para conseguir algún beneficio económico, son formas que se asemejan más a un régimen de esclavitud que a uno familiar.
El elemento diferenciador está dado por considerar al otro como un integrante más, un sujeto, no una cosa para nuestro disfrute o beneficio. En otras palabras, sólo podemos concebir a una verdadera familia multiespecie desde un enfoque no especista, esto es, que no establece diferencias arbitrarias entre especies.
Lo anterior no implica, en caso alguno, tratar a ese otro miembro familiar como un humano, sino en considerar sus intereses tal como lo haríamos con los otros integrantes del grupo familiar. Comprender a ese otro animal con el que convivimos como un miembro más implica ponernos en su lugar y preguntarnos qué es lo mejor para él o ella. Significa pensar con mayor detención las decisiones que podrían afectarle, partiendo por la primera de todas: ¿por qué queremos adoptar? Y en lugar de ello comenzar a preguntarnos ¿es lo mejor para él o ella?