Palomas muertas
La cultura de lo desechable, de la obsolescencia programada, como fruto de lo que filósofos como Gilles Lipovetsky llaman el “turboconsumo”, no se hace más evidente en la actualidad que en nuestros barrios y calles en tiempos electorales.
Como un síntoma obstinado y recursivo de la cultura de masas, la propaganda política que viste cual árbol de navidad nuestras veredas y cunetas, se presenta como un testimonio triste y contradictorio de candidatos que, por una parte, resaltan y defienden la importancia del cuidado del medioambiente, pero por otra, niegan la eficacia de sus discursos a la luz de las toneladas de basura propagandística que producen.
Aunque el sentido común indica que este es un gasto en madera, plástico, impresión y mano de obra completamente evitable, el voluntarismo del que invierte ánimo y recursos por su candidato no tiene límites. El problema es la guerra sucia, el feísmo, la basura desperdigada en cada elección, la flagrante despreocupación por volver a la normalidad el espacio público alterado.
Cerca de veinte mil pesos vale cada paloma instalada, la que con seguridad será destruida por quien instale la suya propia, hasta que el primer brigadista destruya la segunda para reinstalar la primera. Pero para entonces ya no serán veinte mil pesos los invertidos, sino sesenta mil y contando, pues en solo unos días usted podrá ver montañas de plástico y palos.
Sigue durmiendo en el Congreso, desde enero de este año y pese a la urgencia, la iniciativa para impedir el uso de PVC y material no compostable en la confección de estos letreros. Un nuevo año de elecciones ya está a la vista y no hay cambios, seguirá por tanto la propaganda, por demás indiferenciada y repleta de eslóganes de cuño archirrepetidos, acumulándose en cada esquina hasta que la última urna sea abierta.
Cuando estas elecciones terminen, una vez contados los votos, verá a ganadores y perdedores como se olvidan una vez más de su propaganda, de sus miles de palomas desplumadas con sus huesos de madera a la vista, muertas, esperando a algún camión de basura que las lleve a esos sitios olvidados, ahí donde sus plumas demorarán cien mil años en descomponerse.
Maciel Campos P. Publicista y Magíster en Comunicaciones Líder Académico Facultad de Comunicaciones y Artes UDLA