Ni más ni menos, sólo seres humanos
El conflicto entre Rusia y Ucrania ha sido visto con incredulidad: “¿Cómo es posible, en pleno siglo XXI, una pugna así en Europa?”. Es la misma pregunta que se hicieron muchos en 1914, al iniciar la Primera Guerra Mundial. Nadie podía creer que, en la avanzada y civilizada Europa de ese entonces, pudiera comenzar un conflicto así. Desde finales del siglo XVIII, Occidente se ha caracterizado por su asombroso progreso material, acompañado de una sensación de civilidad y superioridad moral absoluta.Eventos como la Primera Guerra Mundial parecían un imposible en ese mundo, al igual que la lucha de Rusia y Ucrania hoy.
Se nos olvida que el ser humano es, ante todo – ¡y valga la redundancia! -: un ser humano. Pese a todas las atrocidades del siglo XX en Europa, esta sensación de que el progreso material implica un progreso espiritual sigue presente. Todavía con esa soberbia propia del Occidente ilustrado, se mira al mundo creyendo ser superiores, ya no con la pedantería decimonónica, sino con su variante paternalista, que, de todas formas, padece de la misma obsesión de estar destinados a imponer al resto la revelación occidental. Verdad deconstruida, desilusionada y no asumida como tal, pero siempre presente en el discurso diario, de alguna u otra manera.
Este mismo sentido de superioridad nos lleva a ver las diversas luchas como algo lejano y extraño. Hay pugnas que llevan décadas, por lo que ya no nos sorprenden; otras recientes, pero en países lejanos. En general, los conflictos actuales suelen ser problemas internos, reivindicaciones y protestas (como es nuestro caso); guerras civiles o luchas de poder domésticos (asociado, muchas veces, a intereses internacionales, es cierto). Las invasiones de los últimos decenios van ligadas a la obtención de recursos, bajo premisas de bondad y desinterés, buscando y consiguiendo contratos y ventajas económicas, pero no la apropiación de un territorio soberano ni mucho menos, la desaparición del país en cuestión. Esto último nos choca enormemente, pues atenta contra los principios básicos de todo el derecho internacional, resultado hasta cierto punto, de la visión occidental de “civilizar” a todo el planeta.
Lo que nos impacta de esta guerra entre Rusia y Ucrania tiene que ver con estos dos elementos: primero, pese al maquillaje de civilización y progreso, un país dentro de la esfera occidental ataca a otro del mismo ámbito; segundo, el intento por medio de la fuerza de tomar zonas de otro país (¡e incluso absorberlo por completo!), cambiando el mapa de Europa. Las recientes imágenes de Bucha nos revelan una verdad cruda y clara: seguimos siendo el mismo ser humano. No hay ley ni progreso material que nos haga ser más de lo que somos. El hombre actual no es superior al del pasado ni la historia una línea ascendente, material y espiritual como algunos pretenden creer. El ser humano de hoy y el de ayer es igualmente capaz de la grandeza, como también de horrores. Esta dualidad está en la esencia de todos nosotros y esta guerra nos ha mostrado ambas caras: la ambición desmedida de un zar anacrónico frente a la fortaleza de una Ucrania unida para sobrevivir.
Occidente se creyó superior al resto del mundo; las guerras se miraban como un eco lejano del pasado. Las últimas pugnas del continente fueron guerras civiles, conflictos y matanzas dentro de los países: no lo olvidemos, la ropa sucia se lava en casa. Mientras las fronteras no cambiaran y los problemas internos relativos a DD.HH. siguieran sin afectar directamente al resto de los países, se podía mantener la idea de civilidad general y esa sensación de ser más que otros. Occidente se despierta, espantado, ante la verdad de su propia historia: no somos ni más ni menos. Solo somos seres humanos.
Macarena Solari Truffy
Historiadora y Académica
Bachillerato en Humanidades y Ciencias Sociales
Universidad San Sebastián