LA BISABUELA, LA BISNIETA Y LA CAMA COMPARTIDA
Una mujer de 80 años y su bisnieta de 12, comparten cama y un precario dormitorio. La vivienda original, construida por el marido fallecido de la bisabuela, ha sido carcomida por las termitas. Hoy viven en parte de la derruida construcción. Con el dinero de los IFE en pandemia, hicieron una pequeña ampliación, donde hoy funcionan la cocina y el estar común.
Son unos 16 metros cuadrados con piso que no se hunde. Pero todo lo demás se cae a pedazos. Ahí viven tres generaciones de mujeres: bisabuela, nieta y bisnieta, más la pareja de la nieta y su hijo menor de tres años. La madre de la niña y nieta de la mujer mayor, que es la cuidadora de esta última, intenta mediar. Tener la fiesta en paz, pero es complejo. En rigor, ella y sus hijos, son allegados en el sitio de la bisabuela, pero por otro lado, ella es la que ha invertido sus pocos ingresos en mejorar la casa para todos. “A su edad, mi bisabuela merecería paz para descansar en las noches, pero mi hija es joven y conversa con sus amigas, escucha música”, reflexiona. Pero cuando le preguntamos si no ha pensado en buscar una residencia donde dejar a su abuela, se escandaliza. “Esta es su familia. Ella debe estar con nosotros”.
El caso resume parte de los múltiples bemoles de un tema que hoy es noticia. El recién publicado informe del Observatorio del Envejecimiento UC-Con futuro indica que 260 mil personas mayores no tendrían acceso a residencias de cuidado en caso de necesitarlo. En Chile, existen 1.223 centros de este tipo, formales e informales, públicos y privados,con 24 mil plazas, según el SENAMA. Es un déficit crónico, señalan los especialistas, que sólo empeorará dado el creciente envejecimiento de la población. Eso, mientras también crece la proporción de mujeres que ejercen esas labores de cuidado, pasando de ser un 75,8% al cuidado de personas con dependencia leve y un 96,3% para las con dependencia severa.
Con esta escasez de oferta residencial, ¿cómo lograr que la bisabuela se mantenga en casa? Es fundamental contar con una oferta de servicios de apoyo y cuidados. Adecuados a la particularidad de cada caso y contexto, donde los programas residenciales sean la última y no la única respuesta al proceso de envejecimiento.
Consistente con este planteamiento, desde el Hogar de Cristo hemos fortalecido nuestro trabajo territorial con estos programas de apoyo y cuidado domiciliarios para adultos mayores. Son servicios que deben ser gestionados y articulados con otros. Así se logra generar o potenciar las redes de apoyo dirigidas a las personas mayores, considerando también a sus familias.
Desde esta experiencia, es fundamental acelerar el avance del Sub-Sistema Nacional de Apoyo y Cuidado. Y aprobar la Ley de Envejecimiento Digno, Activo y Saludable, actualmente en tramitación en el congreso.
Ambas iniciativas deben ser políticas sociales centrales del Chile actual. Un país que sigue envejeciendo y maltratando a los viejos y a quienes los cuidan, que son en su mayoría mujeres, como sucede con la bisabuela y la bisnieta que comparten cama, y con su nieta-cuidadora abrumada.
Liliana Cortés, directora social nacional del Hogar de Cristo