Art Attack

Probablemente el “Arte”, así con mayúscula, constituye el legado más perdurable en la historia de la humanidad. Cuando de algún modo se hace distinguible y valiosa para sus públicos, cada pintura, escultura, obra arquitectónica, música o pieza cinematográfica, pasa a formar parte de la imborrable huella cultural del mundo entero.

En este vasto contexto de las «bellas artes», una oleada de individuos con dudosa formación artística viene irrumpiendo cada cierto tiempo y de forma subrepticia en museos o galerías levantando las banderas del activismo climático, el movimiento proanimalista o en defensa de la agricultura responsable. Como asaltantes, llegan premunidos con sopas, tortas o tarros de pintura, dándose maña para desenfundar sus abrelatas, espátulas pasteleras o brochas contra obras maestras como «Los Girasoles» de Van Gogh, «Les Meules» de Monet o «La joven de la perla» de Vermeer.

Esta vez, el blanco fue “La Gioconda” del polímata Leonardo da Vinci. La pobre dama de sonrisa enigmática ya en otras ocasiones había tenido que aguantar robos, tortazos y hasta pedradas, por lo que una sopa de zanahoria viene ahora a completar su lista de ataques arteros.

La estrategia es tan perturbadora como básica: llamar la atención de los medios de comunicación para lograr la máxima difusión de un mensaje panfletario que pretende concientizar sobre diversos efectos negativos o peligros para el ser humano. Su objetivo final es presionar a la sociedad para que tome decisiones firmes contra estos escenarios abusivos relacionados con la protección del clima, la alimentación saludable o el cuidado de los animales.

Como siempre, y resulta obvio, aunque estos ataques intenten espetar al mundo sobre injusticias, atropellos o arbitrariedades, guste o no al activista, siempre prevalecerá el acto vandálico y no “las razones” que lo provocan. Desde ese evidente efecto de comunicación, este tipo de agresiones artísticas no tienen mucho sentido, si acaso logran arruinar una tarde de museo de algunas familias y sacar de su letargo a una cuadrilla de limpiadores con sus jabones y estropajos para solucionar el problema en 30 minutos.

Y aunque en los viajes que realizaba Leonardo da Vinci solía disfrutar de sencillas sopas de pan y verduras en las posadas donde, dicho sea de paso, también alojaban y descansaban animales de todo tipo, podemos estar seguros que «don Leo» preferiría seguir viendo su sopa de zanahoria en el plato antes que desparramada en una de sus pinturas.

Maciel Campos Director Escuela de Publicidad y Relaciones Públicas Universidad de Las Américas