La Memoria Incómoda

Antes de la imprenta eran los ancianos quienes contaban a las nuevas generaciones la historia del grupo.
Eran depositarios del recuerdo presencial, esto es, de los hechos que habían sido testigos pero también de los que los anteriores viejos, generación tras generación fueron narrando.
Eran un hilo conductor que ensamblaba desde el principio de los tiempos.
Sin embargo, como toda historia por cierto que pasaba primero por un tamiz volitivo.
Había en esos cuentos no poco de rimbombo, exageraciones, algo de onomatopeya dialéctica y mucho disimulo sino derechamente ocultamiento cuando algunos hechos eran oprobiosos, dañinos para la dignidad cultural del pueblo.
Ese afán por alterar, enmendar o disolver en la opacidad en un muy conveniente olvido es un ejercicio que hasta hoy se practica.
En algunos casos en forma más bien amateur y sin mayores consecuencias y en otros, con un manejo institucionalizado, altamente profesional y en no pocos casos, generoso financiamiento privado o estatal.
Se parapetan en algunos lugares comunes: el más socorrido: Pueblo que no tiene memoria está condenado a repetir errores.
Se dice, por ejemplo, que si Hitler hubiese leído sobre las campañas napoleónicas nunca habría intentado llegar a Moscú en invierno porque tanto su ejército como el francés fueron derrotados por el «General Invierno».
La memoria sin duda es útil, pero también incómoda.
La memoria alimentada por intereses ideológicos o simple despecho es una herramienta peligrosa.
Sorprende, por ejemplo, que el peruano promedio aún hoy día, después de ciento treinta y un años de terminada la Guerra del Pacífico guarde resentimiento contra nuestro país.
Tuve en mis manos un libro de historia peruana con el que se enseña a los educandos de ese país firmado por el Profesor Guillen y nos deja a altura de unas bestias sedientas de sangre, crueles y despiadadas. Que mató a soldados rendidos, robó y violó mujeres y se dedicó al pillaje.
Aún asumiendo que más de algo de ello debe haber sido verdad (porque no hay que suponer que esa fue una guerra con guante blanco) en la medida que generación tras generación la historia peruana entrega esa información no tiene que sorprendernos la generalizada odiosidad que nos tienen.
En Chile vivimos una dictadura que persiguió a opositores con especial saña y crueldad. Que apresó, torturó y asesinó sin que hubiese un Poder Judicial que pusiera un contrapeso.
Vuelta la Democracia con la elección de Patricio Aylwin en 1990 surgieron y estructuraron una serie de iniciativas cuyo único fin era consagrar memoria. Sitios de memoria, casas de memoria, museos de memoria. Todas con el innegado afán de refregarle a los que fueron testigos y a las generaciones venideras que tan malos fueron los malos y que tan inocentes eran las víctimas.
Luego, debidamente avalada por la estremecedora imagen de los abusados los organismos de defensa de los Derecho Humanos levantaron dos comisiones investigadoras, Valech y Rettig y a partir de ellas 18.670 personas reciben pensiones de gracia del gobierno sin contar las 419 por el estallido social.
Sin embargo, la mayor suma total se la llevan los exonerados políticos, personas que perdieron sus trabajos después del golpe en razón de su simpatía o militancia política. Ciento cuarenta y ocho mil en total. Sin embargo en un trabajo de investigación periodística de Ciper se constató múltiples irregularidades.
Ya la Contraloría había dado una voz de alarma. Algo no calzaba.
Ciper encontró cuatrocientas pensiones a personas que era niños para la fecha en que aseguraron habían sido despedidos de sus trabajos.
Hoy se afirma que los falsos exonerados políticos suman un total de cien mil. Y i el 80% de ellos reciben $180.000 mensuales…vayan sacando la cuenta.
Como sea, si bien es cierto la memoria es un proceso no exento de adjetivos calificativos más o menos interesados y también una suerte de chantaje emocional al que un pueblo se ve enfrentado y/o sometido con la consiguiente sensación de culpa que ello conlleva y hace ver como espurio, deshumanizado y malévolo sin ni siquiera la menor iniciativa que invite a revisar esa suma de datos que a no pocos horroriza.
La memoria puede ser útil por ser la base que explica nuestra identidad pero también incómoda a la hora de las voces revisionistas.
No por nada para el marxismo el revisionista es un anatemático y merece la expulsión de la sociedad.
Pero tarde o temprano las «verdades oficiales» han de ser vistas con los ojos de la razón y no de la pasión.

Alejandro Iglesias