Violencia intrafamiliar: una historia transgeneracional
La constitución emocional de la familia, en la que priman dependencias afectivas y biológicas en un contexto de habitualidad, brinda un espacio para dar y recibir amor, protección y contención, pero igualmente puede ser el escenario de conductas que ocultamos de otros. En familia desplegamos nuestra esencia, entablándose una norma social implícita que señala lo que allí ocurre como resorte de lo privado, por lo tanto, la familia si bien es la principal institución de la sociedad, igualmente resulta ser un subterráneo que alberga experiencias dolorosas.
A partir de esta mirada se comprende la realidad desde una madeja compleja de vivencias, ideales, sensaciones y afectos que intrincan y justifican actitudes y lealtades, por ello, somos indulgentes con el propio subterráneo y simpatizamos con los subterráneos ajenos. “La ropa sucia se lava en casa” y, por lo tanto, muchas veces justificamos conductas violentas propias y ajenas, ya que rechazarlas o cuestionarlas, resulta muy amenazante.
Maltrato hacia la infancia y violencia de pareja quedan expuestas en noticias que diariamente reciben atención morbosa, pero que, sin embargo, no han calado lo suficiente y siguen considerándose una realidad ajena, propia de sectores desfavorecidos, sin percatarnos que es una realidad al acecho, que mantiene diversas variables explicativas.
Tanto la pobreza como la exclusión social son ingredientes estresantes que aumentan el riesgo de violencia, pero no podemos confundirnos y justificar la violencia intrafamiliar como un efecto meramente social y económico. Existe evidencia de que el maltrato hacia los miembros más vulnerables de la familia no se vincula directamente con la condición socioeconómica de las personas. Es así que el 56,9% de los cuidadores de niños, niñas y adolescentes reconocen el uso de agresión psicológica en la crianza y un 32,5%, informan agresión física, porcentajes que superan los índices de vulnerabilidad socioeconómica, y nos obligan a pensar que, en esas familias, la violencia no solo se ejerce hacia los hijos, sino que se instala desde el inicio de la historia familiar, en la relación pareja.
Históricamente la conducta violenta se ha naturalizado y justificado como biológicamente propia de los hombres, sin embargo, en el seno familiar también se tejen historias y dinámicas transgeneracionales, que van a exacerbar factores personales violentos.
¿Qué caracteriza a las personas que ejercen violencia hacia sus parejas? Estos sujetos habitualmente son inestables emocionalmente, tienen estilos afectivos en los que se entremezclan sentimientos amorosos y rabiosos, con gran dificultad para tolerar la frustración. Mantienen expectativas idealizadas de las relaciones amorosas, con una tendencia infantil a esperar que su pareja esté siempre disponible y satisfaga la totalidad de sus necesidades. Por otro lado, presentan una constante sensación de inseguridad que resulta de la dificultad para sentirse realmente valiosos, sus herramientas personales son débiles para enfrentar desafíos emocionales, y ante situaciones de crisis, las distorsiones cognitivas y la rigidez conductual, impiden que busquen ayuda o visualicen alternativas creativas para enfrentar el conflicto, utilizando una y otra vez la violencia y el control para brindarse seguridad y disminuir la angustia. Igualmente, tienen gran temor al abandono pese a que evidencian una supuesto dominio de la relación, ya que no logran visualizarse fuera de esta, entablando vinculaciones de gran dependencia emocional, que muchas veces inspira arrepentimientos momentáneos, en los que se comprometen a cambiar, pero que no pueden sostener en el largo plazo, no obstante, las víctimas al verlos sumisos y vulnerables, sienten alivio y esperanza, perpetuándose patrones recursivos, tremendamente dañinos.
El daño como consecuencia de actos violentos, maltratadores y abusivos que tienen escenario dentro de las relaciones de pareja y la familia, genera secuelas emocionales, cognitivas y sociales a largo plazo, que van a ofrecer condiciones desventajosas para el desarrollo de los nuevos miembros de la familia, por lo que es tiempo de que brindemos importancia al bienestar y salud mental de la familia, que seamos capaces de sanar las propias historias en favor de la salud de los que más amamos.
PS. Claudia Riquelme Arroyo
Perito del Ministerio Público
Docente Psicología Universidad Andrés Bello