Al país donde fueres …haz lo que vieres
Así reza un viejo aforismo que recomienda a aquellos que emigran de un país a otro adaptarse a las costumbres de la nación anfitriona.
Una de tantas manifestaciones de aquello que llamamos «sabiduría popular» y que no es otra cosa consecuencia de la observación atenta de los fenómenos naturales y/o sociales.
En no pocos casos tomaban ventaja de lo que luego la academia o la ciencia daban por cierto y asentado.
Si bien es cierto las actuales fronteras entre países son un invento humano lo cierto es que con el paso del tiempo el grupo humano que se establece dentro de ellas desarrolla algunas peculiaridades.
Varias naciones pueden tener un origen étnico común y compartir ciertas normas de estructuración social, un idioma, una religión y con ello costumbres y conceptos de lo que está bien o mal.
Sin embargo, con el correr del tiempo se van afianzando ciertos tics.
En Chile, por ejemplo, y favorecido sin dudas por la distancia hay un evidente entonación al hablar distinta en el norte, centro y sur.
También hay vocablos recurrentes en unos y en otros y su folclore evidentemente distintivo.
Mutaciones alimentadas por la influencia de los pueblos indígenas originales y en lugares muy específicos, por la llegada masiva de inmigrantes de otras naciones.
Así las cosas…si bien en cierto compartimos un tronco las ramas se distancian.
América hispana es un buen ejemplo.
Desde México hasta la Patagonia somos de cultura judeocristiana, hablamos lenguas romances, mayoritariamente español salvo en las antiguas Guyanas, Haití y Brasil.
Algunas a nivel de una cuestión casi anecdótica hasta algunas de profundo sentido sociológico se generaron diferencias.
Hablamos tan distinto que hasta hacemos bromas sobre ello. En entonación, giros lingüísticos, rapidez (o lentitud) y, lo que no deja de ser sorprendente, tesitura. Los argentinos usan un tono evidentemente más bajo que los chilenos.
Tan agudo es el nuestro que en los países del norte de Sudamérica dicen que nuestro hablar es «amariconado».
Sólo los mexicanos nos ganan en rapidez para expresarnos.
Como sea, los hábitos dialécticos pueden ser considerados hasta simpáticos y en algunos casos provocar más de un inocente mal entendido pero donde nuestras diferencias se tornan foco de molestia, encordios y más de una disputa son en aquellas relacionadas con cómo hacemos uso del espacio público.
No hace mucho en un canal de televisión mostraron un reportaje sobre lo que los sociólogos New age han dado en llamar Getos Verticales de Estación Central.
Se sabe que esa zona está habitada mayoritariamente por extranjeros, especialmente peruanos, dominicanos, colombianos y venezolanos.
La queja de los vecinos chilenos, después del tema delincuencia, apuntan en la misma dirección; sus costumbres.
Con excepción de los peruanos, que como nosotros, son más bien quitados de bulla y sus reuniones sociales las practican bajo techo los otros replican en nuestro país lo que es costumbre en los suyos. Usan la vía pública, las veredas y las calles a guisa de zona de camping, discoteca y bar. Sacan sus equipos de música y arman ruidosas fiesta con masivo consumo de alcohol y unas cuantas peloteras al final.
Sin duda estos extranjeros nunca escucharon aquello de: al país donde fueres haz lo que víeres.
Los inmigrantes llegados a Chile desde fines del siglo 19 y principios del 20 se aglutinaron en colonias, crearon colegios, construyeron clubes sociales y deportivos, centros recreacionales, incluso estadios.
Sin duda han sido un aporte a nuestra nación.
Las nuevas oleadas de inmigrantes creo no sólo no van en esa dirección sino que mañosamente agreden el modo de vida del chileno promedio, imponen su estado de jarana permanente, el bullicio y brutal hostilidad que les es común y la falta de respeto por las normas que por tradición nos hemos dado.
Sumado a ello la creciente cantidad de delitos cometidos por nacionales de los países mencionados están dando por resultado un creciente estado de «choriamiento» nuestro.
Alejandro Iglesias