RENACER
La pena por la muerte de un ser amado es desgarradora, es de una inmensa tristeza que durará hasta nuestros últimos días de vida, es una herida que muchas veces cicatriza solo parcialmente y otras derechamente nunca, está ahí, a la vista, se abre de vez en cuando y nos acompañará por siempre en nuestra existencia. La muerte de un hij@, es de un dolor desgarrador, que nos postra emocionalmente, es anti natura, lo normal, es que en el transcurso de nuestra existencia, sean nuestros hijos los que nos tengan que sepultar y no nosotros a ellos, esta alteración en nuestras vidas no es sana, se nace, se vive y luego nos llega la hora del ocaso y fallecemos, ese es el conducto regular y natural de la vida. La desconsoladora pena de sepultar a un hijo, es como morir en vida, es estar vivo pero a la vez emotivamente aniquilados. Esa sí que es pena y vivimos muchas veces por vivir.
Sin ahondar más en esta gran mutilación a nuestra alma, también nos morimos en carne viva, cuándo por equis situaciones la vida nos juega una mala pasada y nos postra en incapacidades físicas o invalidez parcial o total. Esta nueva condición física en nuestra existencia terrenal muchas veces nos deprime tanto que nos sentimos totalmente aniquilados tratando solamente en sobrevivir y en ocasiones hasta queremos dejar de existir.
No nos hallamos plenos en este nuevo escenario que la vida nos deparo con este desgarro espiritual, pero no dudemos que “SI”, se supera. Al principio, solo se sobrevive con apoyo familiar y con ayuda espiritual o psicológica; sin embargo, el principal auxilio proviene de nosotros mismos; siendo la actitud mental que tengamos ante nuestra discapacidad la que dictaminara los efectos futuros para nuestra RECUPERACIÓN EMOCIONAL.
Después de la rabia, de la frustración, de las culpas y de las preguntas sin respuestas, se instala una profunda tristeza que la ciencia llama “DEPRESIÓN”; nos desestructuramos y como mencioné anteriormente, se nos mutila el alma y a medias penas sobrevivimos.
La aceptación; tarda, pero llega; y es ese el momento, en el que tenemos que aprender a vivir con nuestra nueva condición física a como dé lugar. Los procesos de superación muchas veces demoran más de la cuenta, no obstante, tarde o temprano empieza a desaparecer poco a poco aquel dolor y aceptar nuestra nueva condición. Cuando se instala la ACEPTACIÓN, es el instante de superarlo definitivamente y de ser más auxiliados por quienes nos aprecian.
Tenemos que tener muy presente y claro, que la vida continúa de manera irrenunciable, con todas las cosas bellas, buenas, alegres; dificultosas y tristes que esta tiene, con caminos de rosas con espinas; de dulce y agraz; y por sobre todo, debemos de ampararnos en la espiritualidad y la fe en Dios, para que este camino lo enfrentemos de buena manera y sea totalmente llevadero con lo que nos está tocando vivir.
Siempre tenemos que recordar, que nuestra actitud mental, positiva o negativa; es la que determinara finalmente los efectos para bien o para mal, en lo que nos queda por vivir; independientemente de nuestras falencias sicomotoras e invalidantes. Somos en estricto rigor, lo que pensamos. Recuerda, la vida es bella a como dé lugar, solo vívela y se feliz.
HUBERZZA