Bernardo O’ Higgins: una inspiración de liderazgo para el Chile actual
Este mes se conmemora el natalicio de Bernardo O’Higgins, libertador y capitán general de Chile, general de la Gran Colombia, brigadier de las Provincias Unidas del Río de la Plata y gran mariscal del Perú. Nacido el 20 de agosto de 1778, O’Higgins es reconocido como uno de los padres de la Patria y prócer de la independencia nacional.
O’Higgins se involucró tempranamente en la lucha emancipadora ofreciendo todos sus esfuerzos, convirtiéndose en militar por necesidad y vocación. Sus críticos acusan su falta de formación formal en el arte de la guerra, lo que efectivamente lo indujo a errores en el nivel operacional de la conducción, pero contaba con atributos que no se aprenden en ninguna academia: valentía y liderazgo. Cualidades excepcionales que resultaron inspiradoras. Su famosa arenga «¡Vivir con honor, o morir con gloria! ¡El que sea valiente que me siga!», demuestra su arrastre para llevar a sus soldados a la victoria.
El prócer también aplicó su visión estratégica a la construcción del Estado. Aunque entre los independentistas no existía consenso entre si formar una monarquía constitucional o una república, un orden centralizado o federal, y el concepto de “democracia” causaba más recelos que certezas, O’Higgins comprendió que lo primero era conformar una nacionalidad. Así, en la Constitución promulgada como Director Supremo, señaló: “la nación chilena es la unión de todos los chilenos: en ella reside esencialmente la soberanía”. Igualmente, impulsó la creación de las Escuela Militar y Naval, profesionalizando la carrera de las armas, consolidando la defensa nacional y colaborando al esfuerzo americano.
A su vez, mostró un notable sentido social. Promovió la Ley de Libertad de Vientres, abolió los mayorazgos y los títulos de nobleza, suprimió los escudos de armas y decretó que “para ser oficial [del Ejército de Chile] no se exigen más pruebas de nobleza que las verdaderas, que forman el mérito, la virtud y el patriotismo”. Asimismo, fundó la Biblioteca Nacional, adoptó el sistema Lancasteriano y reinauguró el Instituto Nacional, consciente de la importancia del conocimiento en el desarrollo del país y la igualdad de sus habitantes.
Es cierto, las primeras obras historiográficas chilenas obviaron las sombras del prócer, soslayando aspectos que resultan reprochables al evaluarlos con los valores, principios y parámetros de hoy. Sin embargo, desde la actualidad resulta encomiable su alta concepción ética y moral política, reflejada en su renuncia en 1823, para evitar un derramamiento de sangre entre chilenos, reconociendo: “mi presencia ha dejado de ser necesaria aquí”. Un gesto que marcó la política nacional, exponiéndose de cuando en cuando como un ejemplo a seguir y una muestra de nobleza, siendo sugerido a diversas autoridades en momentos de crisis y desencuentro nacional.
Hugo Harvey Doctor en Estudios Internacionales y académico investigador de la Facultad de Comunicaciones y Artes Universidad de Las Américas