Reivindicar los espacios de encuentro en tiempos de conexión digital

En la era actual, marcada por el individualismo, el materialismo, la globalización y el auge de las nuevas tecnologías, estamos inmersos en un mar de estímulos que nos mantienen en un estado constante de alerta y expectación. La vida moderna, saturada de realidades, imágenes y apariencias, nos lleva a una desconexión profunda con nuestro ser interior y con los demás. En este ambiente, las relaciones corren el riesgo de volverse desvitalizadas, afectando la forma en que las personas se conectan, lo que puede provocar un caos interno que interfiere en el desarrollo emocional.
Esta dinámica no se detiene en la esfera personal, sino que se extiende también a las relaciones familiares. Desde los primeros momentos de vida, la sobrecarga de estímulos tecnológicos puede interferir en el encuentro del bebé con el mundo exterior. El uso inadecuado de la tecnología por parte de los cuidadores disminuye la calidad de las interacciones afectivas, creando una ilusión de conexión que, en realidad, alimenta el aislamiento. Este fenómeno no solo contribuye al aumento de cuadros depresivos, sino que también erosiona los espacios de encuentro y conexión genuina, vitales para el desarrollo emocional y psicológico de los niños.
No obstante, no todo es desolador. La tecnología, cuando se introduce de manera amorosa y coherente con las necesidades de los niños, puede ser un catalizador para la creatividad y el desarrollo de un mundo interno rico y subjetivante. La clave radica en cómo se usa la tecnología y en el contexto en el que se introduce, lo que sugiere que el problema no reside en la tecnología en sí, sino en el modo en que la incorporamos a nuestras vidas.
Es crucial, por tanto, que se implementen políticas públicas orientadas a resguardar los espacios de vida familiar. Necesitamos fomentar un entorno donde los niños puedan experimentar la vida en comunidad y el juego al aire libre, en lugar de ser confinados a la soledad de una habitación con una consola de videojuegos. No debemos confundir esta soledad tecnológica con madurez o autosuficiencia; todo lo contrario, es un signo de desconexión y vulnerabilidad emocional.
Para que esto sea posible, los padres necesitan estar presentes para sus hijos de manera sostenedora, y para ello es vital que sus modalidades de trabajo respeten los tiempos de descanso y esparcimiento. En un mundo saturado de ruido y responsabilidades, sostener miradas y traducir gestos se torna cada vez más difícil. Sin embargo, el crecimiento emocional de los niños requiere presencias reales, tiempos de pausa y momentos de conexión auténtica. Actividades tan sencillas como compartir una comida en familia, leer un cuento a un niño o simplemente mantener una conversación cara a cara son fundamentales. Estas actividades, no son meros actos funcionales, sino momentos de conexión que nutren nuestra capacidad de empatía, comprensión y amor.

Para lograr un equilibrio entre tecnología y humanidad, debemos ser conscientes del papel que la tecnología juega en nuestras vidas y de cómo la utilizamos en nuestras interacciones diarias. Es vital fomentar espacios donde las relaciones humanas puedan desarrollarse sin la mediación constante de dispositivos y algoritmos. Estos espacios de encuentro, donde la presencia humana es central, son esenciales para el bienestar emocional y social, no solo a nivel individual, sino también comunitario. Solo así, nuestras relaciones y nuestro ser interior podrán florecer en un mundo que aún necesita, desesperadamente, de la conexión humana.

Paula Sánchez Morales
Académica Psicología
Universidad Andrés Bello