Chile cambia, pero hay cosas que no cambian

Una persona que duerme ¡haciendo equilibrio en un árbol!, otra que cayó a un alcantarillado donde permaneció dos días enterrada, rucos quemados en vendetta por el asesinato de un joven en las inmediaciones del lugar, desalojos institucionalizados en una actitud que parece una limpieza aporofóbica con mensajes estigmatizadores más que una política social sensible y comprensiva de la manifestación más dura de la pobreza.
Todas son situaciones que se han sucedido en el norte de Chile, en Antofagasta, recientemente, pero no son exclusivas de esa zona del país. Hemos visto episodios similares en casi todas las regiones. Todos dan cuenta del impacto que está teniendo la inflación, agravando aún más la crisis de la vivienda. A esto se suma el fenómeno migratorio, que ha multiplicado la presencia de niños, niñas y adolescentes en calle, y las consecuencias de la pandemia, que sigue manifestándose, inclemente.
Por eso, al concluir este Mes de la Solidaridad insistimos en que “Chile cambia, pero hay cosas que no cambian”.
Estuvimos con tres gigantografías que muestran los “rucos”, las precarias viviendas de Heriberto, Patricia y Juan, en Punta Arenas, Antofagasta y Concepción, respectivamente. Ellos son personas en situación de calle. Ella y ellos nos dejaron mostrar “sus casas” y nos contaron sus vidas. Patricia, la más dura, reclamó por los muchos amigos que ha visto morir de frío, seres humanos invisibles, que tienen o tuvieron familia y que se perdieron, normalmente por una fractura existencial dramática. En casos tan límite, donde el consumo de drogas y alcohol es simplemente una “muleta” que permite caminar en la oscuridad que representa la vida en calle, instalar etiquetas como “flojos”, “sucios”, “delincuentes”, “ilegales”, no ayuda a nadie. Y ella, en Antofagasta, reclamó por eso.
Juan y Heriberto llamaron a ponerse en el lugar de ellos. A intentar imaginar lo imposible que les resulta todo. Por cómo están vestidos, huelen, hablan. No lo dijeron así, pero su llamado fue a empatizar. A verlos.
Si para todos, la vida no es fácil, ¿cuán compleja lo es para alguien que se quebró, cayó, perdió y ha llegado a un punto en que ni siquiera tiene un lugar donde hacer sus necesidades, tomar agua potable, bañarse, guardar sus documentos, sus medicamentos, hacer el amor, protegerse, en una calle cada vez más violenta?
¿Cómo se vive sin un techo protector?
Eso es lo que buscamos visibilizar este Mes de la Solidaridad 2022, en que como siempre recordamos a Alberto Hurtado. Él, que luego sería santificado, fue más que nada un visionario y un activista social que recogió niños en la calle, buscando darles un hogar, y que consideraba que la vivienda era una necesidad más imperiosa incluso que tener vestido. Para él, la miseria no era un problema político, sino un problema de fraternidad. De falta de solidaridad. A llenar esa carencia, apelamos con nuestra campaña “Chile cambia, pero hay cosas que no cambian”. A involucrarse y ayudar a los que no tienen nada.

Carolina Gonzalez, jefe Social de Hogar de Cristo en Valparaíso