Rankings literarios y el efectismo ombliguista

A raíz de la reciente publicación en el suplemento The Book Review del destacado periódico estadounidense The New York Times, referente a un listado correspondiente a las cien mejores obras publicadas en lo que va del siglo XXI, cabe hacer algunas reflexiones sobre la responsabilidad de los medios de comunicación frente a sus audiencias.
La aparición de esta nómina deja en evidencia la parcialidad con la que se hacen este tipo de ejercicios. En el catálogo se consideraron solo obras traducidas y publicadas en inglés, específicamente dentro de Estados Unidos, dejando fuera el gigante universo de las ediciones independientes que no hablan tal idioma en el resto del planeta. Esto es complejo debido a que un medio de alcance mundial influye más allá de las fronteras de su nación originaria.
A la falta de representatividad ya mencionada, se suma la escuálida presencia de autoría hispana. De España, nada. Chile aparece, excepcionalmente, tres veces en la lista (dos veces gracias a Roberto Bolaño y una con Benjamín Labatut); mientras que los otros escritores son el dominicano Junot Díaz, el argentino- estadounidense Hernán Díaz y la mexicana Fernanda Melchor. De los cinco, apenas tres escribieron sus obras originalmente en español, lo que debilita más aún el canon referencial que el NYT entrega con este contenido.
Hay que evitar caer en el chauvinismo fácil, que nuestro país figure en esta nómina de “alto rendimiento literario” no la exime de negligencia profesional, ya que carece de un criterio periodístico responsable proyectado a escala global. El ranking fue referenciado por la mayoría de los principales medios mundiales, siendo pauta en diversos espacios mucho más allá del inglés, pero se pasa por alto que la metodología utilizada apenas se disfrazó de pluralidad.
El suplemento contactó a 503 personajes del circuito de literario, para que mencionaran los que, a su criterio, eran los 10 mejores libros publicados a partir del 1 de enero del año 2000. El problema radica en que se dejó abierto a interpretación qué se entendía por “mejor”, entonces, no es de extrañarse que la lista sea una muestra poco rigurosa, ya que mientras un votante pudo considerar la calidad literaria como criterio esencial, otro pudo decantar su votación por sus obras, amistades, o autoras favoritas. Es así como, por ejemplo, dentro de esta aleatoria nómina no se considera siquiera una creación de literatura infantojuvenil, y además hay votantes que, ¡oh, ironía!, aparecen mencionados dentro del top 100, en modalidad juez y parte.
A mayor alcance, mayor responsabilidad. La línea editorial del NYT se evidencia en el listado, desde la perspectiva de género, inclusión, diversidad y otros factores sensibles. Pero cae en el facilismo efectista de mirarse el ombligo, ya que retrata la realidad de una limitada Gran Manzana que poco dice relación con el mundo entero. Así como Santiago no es Chile, en este siglo XXI tan globalizado queda claro que Nueva York tampoco es el mundo.

Eva Débia Académica Escuela de Periodismo Universidad de Las Américas