Aló, Camilla…
El que fue eterno príncipe, finalmente con 74 años, logrará colocarse oficialmente la corona del Reino Unido el próximo 6 de mayo. Carlos III ya es rey, pero así como las monarquías viven de sus símbolos, los súbditos también atienden a las señales de sus monarcas.
Contextos históricos tan extraños para la cultura americana como son la nobleza, cortes, servicios reales, son llevados con tanta naturalidad por los ingleses que, en países como el nuestro, o producen admiración o incomodidad. Pero… ¿Y si George Washington hubiese aceptado ser rey de Estados Unidos? ¿Y si los virreinatos hubieran prosperado en Sudamérica?… ¡Completa ficción! ¡Locura distópica! ¿Y acaso no es esto lo que ocurre actualmente con “The Crown”, la serie estrella del streaming que estaría haciendo pasar tan aciagos momentos a los moradores de Buckingham?
De nada sirvió al gobierno británico levantar voces con el fin de que la producción televisiva, que ya ha recreado 50 años de reinado, colocara un mensaje al inicio de cada capítulo que indicara que los espectadores estarían a punto de ver una obra ficcionada, ya que supuestamente muchos de ellos “podrían erróneamente confundir ficción con realidad”. Línea frágil, qué duda cabe. Ingenuidad máxima también.
Lo cierto es que nadie sabe exactamente que pasa al interior de palacio, salvo los protagonistas y sus servidumbres, sin embargo, la avalancha de filtraciones chequeadas, exabruptos confesos, declaraciones por doquier y una que otra captura indiscreta de reporteros astutos, han implicado una abrumadora batería de contenido sedicioso, el mismo que hoy es recreado en una clave dramática/novelesca de varios millones de dólares, exactamente 13 millones por capítulo.
Carlos tuvo un cumpleaños privado, si fanfarria, sin estridencia. Quizás a la espera de que pase el aguacero. Aguardando que la agenda informativa más amarillista deje de recordar las comidillas más sensacionales de sus andanzas con Camilla Parker Bowles cuando Diana todavía era su esposa. Pero por mucho abolengo monárquico que se posea, no es posible que un rey tape el sol con su dedo real.
Hay además un desafío mayor al de una serie de ficción y que Carlos III tendrá que soslayar: la sombra de su madre. La reina Isabel con sus altos y bajos, finalmente fue considerada una soberana ejemplar, inteligente y querida, actitudes algo más difíciles de distinguir en un Carlos que se enoja porque una pluma le mancha los dedos o que se irrita porque un empleado no le retira con rapidez objetos que en una mesa le resultan incómodos.
Todo hace pronosticar que la historia será benevolente con Isabel, tal como lo ha sido con Diana. El futuro augura que hasta Harry cultivará simpatías de uno y otro continente pese a su renuncia a la Casa Real. Carlos es un misterio, probablemente todo dependerá de los pasos que dé una vez coronado, de que también maneje sus irritaciones, y que por sobre todo, nadie grabe sus conversaciones. Después de todo, ni los guionistas de “The Crown” se atrevieron a colocar de forma directa algunas de las deschavetadas palabras que un príncipe dedicaba a su amante por teléfono. Aquello de la realidad superando a la ficción ha resultado ser una cuestión literalmente real.
Maciel Campos Director Escuela de Publicidad y Relaciones Públicas Universidad de Las Américas