Nada es perfecto. Día Mundial del Libro

La obsolescencia y el recambio parecen ser leyes escritas en la memoria de la evolución cultural humana, donde cada formato de los productos que utilizamos parecen tener una fecha de caducidad programada. Los discos de acetato dieron paso al cassette, luego al compact disc y hoy al MP3; en cada transición se perdieron algunos atributos únicos, pero se ganó en flexibilidad. En este mismo derrotero, hace más de 25 años, la sentencia sobre el libro en papel parecía estar zanjada, la espada digital de Damocles pendía sobre volúmenes de tapa dura y empastes rústicos, listos para ser sepultados por torres de Kindles, tablets o iPads. Sin embargo, el papel demostró no solo ser indestructible, sino también muy deseable para la mayoría de los lectores. Hoy el 90 % de la industria del libro es física.

Factores psicológicos de diversa índole podrían explicar la tozudez del papel por mantenerse no solo con su nariz fuera del agua, sino también con buena parte de sus tapas y hojas sobre la línea de flotación. Por ejemplo, la experiencia sensorial podría ser una de las más poderosas: la costumbre romántica de hojear con los dedos, el olor herbal de la «lignina» en los textos más antiguos, o la posibilidad de colocar un marcador, subrayar, escribir en el margen o pegar Postits parecen ser férreos guardianes de la lectura organoléptica. Sin embargo, hay aún más razones.

Las omnipresentes pantallas, plasmas y LED van causando una fatiga en la vista solo aplacable con la lectura en papel. Descansar de la tecnología hoy parece ser una urgencia, y nada mejor que recostarse y reposar la mirada en el contraste de una tinta negra sobre una superficie porosa y opaca.

La autonomía y privacidad del libro, son también otros poderosos argumentos: el papel no requiere energía eléctrica, ni es reactivo a fallas o actualizaciones de software. Las hojas son seguras, no puede ser vigiladas electrónicamente, no están sujetas a algoritmos, recomendaciones no solicitadas o a la piratería instantánea.

El prestigio que una buena biblioteca otorga a su dueño, se levanta como otro testimonio de peso, espacios anchos en salas de estar o livings, tomos ejemplares debajo de mesas de cristal hacen interesante a cualquier espacio. Si a esto sumamos factores estéticos y de diseño, bien valdría una fortuna media docena de libros antiguos en una estantería, al menos bastante más, que los cientos de best sellers posibles de contener en cinco gigas de memoria flash.

Pero tal vez, la explicación principal de que el cortejo del libro en papel no llegue nunca a su funeral, sea singularmente simple: la educación. Educar, desde su origen, está arraigada al libro, y no hay mejor dispositivo para desvelar el mundo que un macizo, resistente e imperecedero libro. No hay cultura sin lectura, es imposible aprender sin textos, y en esto la vilipendiada tradición de mantener en ristre un libro físico en la mano sigue siendo vencedora, y con excelentes credenciales, pues resulta infranqueable la conexión emocional que solo el papel parece entregar al lector.

Este 23 de abril, en que se celebra el “Día Mundial del Libro”, bien valgan estas reflexiones que usted está leyendo… probablemente en una pantalla. ¡Ups!, nada es perfecto.

Maciel Campos Director Escuela de Publicidad y Relaciones Públicas Universidad de Las Américas