Historia y tradición del volantín
Septiembre en Chile se tiñe de colores patrios, y no solo por las banderas que adornan las calles. El cielo se llena de volantines, recordándonos una tradición que, aunque parezca innatamente nacional, tiene sus raíces en la lejana Asia.
Su origen se remonta al año 200 a.C. en la antigua China, donde el general “Han Sin” lo concibió con fines militares. La fascinación por este ingenioso artefacto, capaz de desafiar la gravedad, se extendió rápidamente, tanto que el calendario chino dedicó su noveno mes a celebrarlo.
Desde Oriente, el volantín, conocido en otras latitudes como cometa, emprendió un viaje hacia Occidente, llegando a Europa alrededor del siglo XII. Su presencia en el continente europeo se vio reflejada en diversas manifestaciones culturales, adoptando nombres como dragón, pandorga o pájaro, entre otros.
Se estima que el volantín llegó a Chile a mediados del siglo XVIII de la mano de monjes benedictinos que, cautivados por este juego durante sus misiones en Asia, lo introdujeron en el país. Los meses de septiembre y octubre, con sus vientos característicos en la zona central, se convirtieron en el escenario perfecto para elevar estos coloridos objetos, elaborados inicialmente con coligue y papel.
La pasión por el volantín se arraigó rápidamente en la sociedad chilena, trascendiendo clases sociales y convirtiéndose en un elemento central de las festividades. Sin embargo, esta afición no estuvo exenta de controversias. La búsqueda desenfrenada de los «cortados» provocaba accidentes, daños a la propiedad e incluso peleas entre los participantes. Tal fue el revuelo que en 1875 se dictó un bando que sancionaba con seis días de prisión a quienes provocaran daños con volantines.
A pesar de las dificultades, el volantín logró consolidarse como un símbolo de la identidad chilena, evolucionando a través del tiempo. Hoy, la tradición del volantinero, con su oficio artesanal y la confección de estos objetos llenos de color y vida, se reconoce como una expresión cultural invaluable, parte indiscutible de nuestro patrimonio.
El volantín, aunque con raíces en la lejana Asia, ha encontrado en Chile un segundo hogar. Su vuelo que pinta el cielo de múltiples colores nos recuerda la importancia de mantener vivas nuestras tradiciones, esas que nos unen como comunidad y nos llenan de alegría.
José Pedro Hernández Historiador y académico Facultad de Educación Universidad de Las Américas