El día en que la tierra se detuvo
Hubo tiempos extraordinarios en los que cruzábamos la calle para saludar al vecino, una época en la que nos sentábamos alrededor de una mesa para conversar mirándonos a los ojos. Esos tiempos extraordinarios ya no existen. O eso creíamos hasta el lunes pasado, donde una falla masiva, de una de las corporaciones más ricas del mundo, dejó en compás de espera a millones de seres humanos, sin literalmente saber qué hacer frente a aplicaciones inertes.
Solo bastaron algo más de seis horas para causar desconcierto, desesperación y caos en el mundo entero, y es que el vacío generado por una falla, para muchos se vuelve en un retroceso a la soledad digital.
Y esto no es todo. Con más de 2.000 millones de usuarios de WhatsApp en el mundo, interactuar con el otro ya no es una ingenua comunicación, hoy nuestra fe ciega en la tecnología ha relegado esta tarea a empresas privadas que transan y cuantifican la información conforme a complejos algoritmos.
Detrás de la comodidad de un teclado digital y de la sencillez de un rectángulo iluminado, yace una verdad irrefutable: hoy nuestro comportamiento y forma de consumo comunicacional nos pertenece cada vez menos, hace tiempo que dejamos de ser clientes de las grandes corporaciones para transformarnos en los productos de ellas.
Las redes sociales no necesitan ser exterminadas, menos aún en el entendido de que muchas personas dependen de estos canales para mantener sus negocios. Sin embargo, necesitamos con urgencia auto examinarnos y volver a ese tiempo extraordinario en el que cruzar la calle, saludarse directamente y conversar cara a cara, era razón suficiente para confiar en el otro y compartir la vida sin apuntar los dedos sobre un teclado virtual.
Maciel Campos Publicista y Académico Facultad de Comunicaciones y Artes Universidad de Las Américas