Y qué culpa tiene el pescado de su pecado

Existe una historia muy conocida, con algunas variantes o matices, que dice relación con un maestro, sus discípulos y el gato del monasterio. El maestro se juntaba a meditar en las tardes junto a sus discípulos, siendo frecuentemente interrumpido por el gato en cuestión, a tal punto que el maestro ordenó que dejaran amarrado al gato durante toda la sesión de meditación. Al morir el maestro, el gato continuó siendo amarrado durante las meditaciones. Y cuando luego de un tiempo, el gato murió, buscaron otro gato para el monasterio… para amarrarlo durante las sesiones de meditación. Tiempo después, los descendientes del maestro comenzaron a escribir tratados e interpretaciones de la importancia y significado espiritual de contar con un gato amarrado para lograr una profunda meditación.
Existen muchos rituales que tuvieron un contexto, o hasta un significado profundo en su origen, como puede ser el asociar la tragedia o mala suerte al dejar caer la sal, debido al alto valor que ésta significaba y al hecho práctico que, a diferencia de las monedas, ésta no se puede recoger del suelo con la facilidad con la que se recogen las monedas. Otros, como el que quiere representar la historia, nacen accidentalmente. En ambos casos, muchos de ellos trascienden y son mantenidos generación tras generación. Otros, como aquellos de sacrificios humanos, afortunadamente, caen en el olvido.
El rito acompaña a la humanidad desde tiempos inmemoriales, construyendo usanzas y costumbres, tanto de práctica pública como privada, que forman parte de la cultura, y que, al practicarse, reafirman la identidad de quienes lo practican, reforzando sus sistemas de creencias. Esto no es un juicio de valor hacia estos, sino un evidente reconocimiento respecto a que, guste o no, son parte innegable de nuestra cultura.
Ahora, bien, siendo Ud. creyente o no creyente, ha de conocer una costumbre muy arraigada en la etapa que se nos avecina: la ingesta de pescados y mariscos este fin de semana.
Sin ser un erudito de la religión, pero desde un profundo respeto hacia ella, me permito contextualizar esta tradición. Este periodo, de acuerdo al calendario litúrgico de la Iglesia Católica, considera ciertos ritos para los que profesan la fe, siendo uno de ellos, el del ayuno (comer una única comida importante en el día) y la abstinencia (no comer carnes rojas durante Cuaresma y Semana Santa). La explicación, hasta donde me permite mi conocimiento, reside en la evocación y su consiguiente respeto hacia la penitencia y el sacrificio de Jesús al marcharse a ayunar al desierto, pasando 40 días sin comer.
La ritualidad entonces dice relación con el hecho de no comer carnes rojas, no con una supuesta obligación de comer pescado. Pero, además, este requerimiento es entendido bajo un supuesto propósito preexistente asociado a una disposición personal hacia la reflexión, mesura y respeto.
Sin embargo, esta actitud de austeridad pareciera no condecirse con lo observado en este periodo, en que presenciamos una alta demanda por el consumo de productos del mar, como si fuera la ingesta de pescados y mariscos lo que honra o permite esta actitud de recogimiento. Cual gato amarrado en el monasterio, el pescado pasa a ser el objeto bajo el cual se distrae del propósito fundamental con el cual surge y cobra sentido este rito, el cual no debiera ser sino buscar o participar de momentos de reflexión, introspección y recogimiento consecuente con sus propias creencias religiosas. Lo anterior, además, debiera ser considerado desde dos ópticas morales: la consecuencia respecto de las creencias que uno mismo dice profesar y, por otro lado, la responsabilidad social de la defensa de la virtud asociada a este sistema de creencias frente a quienes no necesariamente la profesan.

Carlos Pérez Wilson
Académico del Instituto de Ciencias Sociales
Universidad de O’Higgins