Goles, medialunas, tangos ¡y libros! al otro lado de la cordillera

Hace solo unos días concluyó la 47ª Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, la tercera más grande del mundo. Las comparaciones son odiosas, pero por desgracia es difícil no poder contrastar esta fiesta con nuestra Feria Internacional del Libro de Santiago (Filsa), la que se realiza cada octubre (salvo durante la pandemia). Las diferencias son abismales, pero del todo esperables. Desgraciadamente en nuestro país los principales gremios responsables de las publicaciones están peleados desde 2018, lo que ha significado un declive evidente en las convocatorias a sus actividades. Para un país pequeño como el nuestro, con tiradas promedios de mil ejemplares, enemistarse resulta un lujo que arroja por la borda cualquier esfuerzo por potenciar la lectura como motor para el desarrollo.

Los argentinos pueden tener la inflación más alta de los últimos 30 años, lamentarse por sus formas de administración gubernamental y otro montón de quejas, pero su amor por los libros es indesmentible. En su versión del año pasado, la feria registró más de 1.300.000 visitantes, en la actual, con seguridad se superará esa cifra. Y es que todo fue minuciosamente preparado para que Buenos Aires luciera enérgica y rutilante con sus imponentes casas editoriales de gobiernos regionales, sellos internacionales, sus tres gigantescos galpones con más de 45.000 metros cuadrados, repartidos en un predio imposible de recorrer en un día. Sumemos a lo anterior lanzamientos, presentaciones artísticas, firmas con autores, actividades para niños y adolescentes, ofertas especiales, estrategias de descuento, y por supuesto, textos sin IVA. Una festividad para el libro deliciosamente abrumadora para cualquier amante de la lectura.

En nuestro país, en cambio, no es ningún misterio que las iniciativas para potenciar la lectura no han dado el fruto esperado. Aunque dichos índices han aumentado en los últimos años, todavía estamos lejos de un buen desempeño en estos hábitos. Para el último estudio PISA estamos con cifras de lectura inferior al promedio de los países que configuran la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), 35 puntos de diferencia y a más de 100 puntos del líder, China. En compresión lectora tampoco las cifras son alentadoras, el “Informe de Hábitos y Percepciones Lectoras en Chile” del 2022 realizado por IPSOS acusa que solo un 5% de los adultos con educación superior tiene un alto nivel de comprensión al leer, mientras que el promedio en los países de la región es de 21%.

Leer permite conocer otras historias, otros mundos, nos asoma hacia realidades diferentes a las propias, nos sitúan sobre experiencias ajenas que de otro modo serían inabordables. Potenciar la lectura, sobre todo en nuestros jóvenes, debería ser una tarea preferencial en cada familia, también la política pública tendría que alinearse con dichos intereses, y el sector privado dejar sus rencillas y centrarse en propósitos comunes, mientras estos objetivos no se cumplan, seguiremos mirando al otro lado de la cordillera para desear algo más que goles, medialunas o bailar un tango.

Maciel Campos Director de la Escuela de Publicidad y Relaciones Públicas Universidad de Las Américas