Entre choclón y patota

Leí alguna vez por ahí, seguramente en un libro de sociología o antropología social que el ser humano no tiene el olfato ni el oído de un lobo, la fuerza de un elefante, la rapidez de un geopardo, la agudeza visual de un águila, la protectora pelambre de un oso polar y sin embargo, desde el inicio de los tiempos, cuando estas particularidades eran indispensables para la sobrevivencia de la especie, se dió maña para sobrellevar tales carencias y salir adelante en el proceso de ganarse un lugar sobre el planeta.
Muchos dirán que a diferencia de los otros animales nosotros somos inteligentes. Sin embargo, a la luz de la más actual definición de inteligencia, esto es, la capacidad para sobrevivir al medio, nosotros, la marmota, el martín pescador, el ornitorrinco, el colibrí y todos los «otros animales», que han sobrevivido hasta hoy, pese al empeño que los humanos hemos puesto para exterminarlos, también lo son.
Entonces…como preguntaría El Temucano, ¿dónde está la madre del cordero.
Somos -sin duda alguna- animales carnívoros. Nuestra dentadura, compuesta por dientes para cortar, rasgar y moler, así lo indica. Por otro lado, nuestro sistema digestivo puede procesar los nutrientes de origen animal, no así los conejos que solo los obtienen de la celulosa, como las reses o las jirafas.
Y por cierto que antes de la etapa sedentaria del homo sapiens, cuando formó aldeas y había desarrollado la agricultura y la ganadería requirió cazar. Las presas le proporcionaban carne, piel para sus vestimentas y calzado y huesos para múltiples herramientas.
Sin duda fue el momento en que descubrieron aquello que hoy llámanos como «la unión hace la fuerza».
¿Se les ocurrió o imitaron el sistema de caza de los lobos?
Nunca lo sabremos. Pero lo que sí podemos afirmar sin riesgo a equivocarnos es que sólo en grupos era posible atrapar presas más grandes, fuertes y rápidos que ellos.
Otro momento crítico en el proceso de desarrollo civilizatorio en que el grupo podía lo que el individuo no era la amenaza a la integridad de la aldea ante el ataque de grupos vecinos.
A éste fenómeno se le ha llamado GREGARISMO que se lo define como la formación de manadas (animales no humanos), colonias (insectos) o grupos (humanos) con el propósito de sobrevivir.
Sin duda que sólo nosotros nos hemos dado el trabajo de reflexionar sobre esta suerte de tendencia, inclinación, gusto, pulsión, por compartir con nuestros pares.
Como sea, desde los albores de nuestras sociedades todos los grupos humanos han tenido muy claro lo trascendente, vital que es para nosotros el grupo, pertenecer a uno. Tanto es así que hubo culturas que, entre las penas que les imponían a aquéllos que faltaban a las normas de convivencia que el grupo se había dado, tenían como la pena del ostracismo, esto es, expulsar al infractor de la aldea condenandolo por ende, a arreglárselas con sus propias uñas.
Y, en la medida que el progreso avanza la vida se va haciendo cada vez más compleja y nuestra dependencia de terceros hace imposible pensar en vivir al margen del grupo.
Requerimos de otros para satisfacer nuestras necesidades.
Y aún cuando tenemos un carácter congénito y una personalidad que se moldea socialmente pertenecemos a grupos y dentro del grupo a múltiples subgrupos.
Tribus urbanas, barras de fútbol, clubes sociales, estadios de colonias, credos religiosos, centros de madre, juntas de vecinos, clubes de la tercera edad, militantes políticos.
También hay lo que en psicología se llama «grupos por simpatia» que tienen como principal características ser más o menos espontáneos y son escencialmente transitorios.
No pocas veces en su actuar hay mucho de irreflexivo.
Ejemplo; si alguien, en el cine, en medio de la exhibición de una película aplaude sin que lo que ocurre en la pantalla lo justifique constatará que no va a faltar quienes también lo hagan, imitando sin darse el trabajo de pensar por qué podría alguien estar haciéndolo.
Hace unos años la justicia chilena sometió a proceso a una mujer que en medio de algunas acciones de saqueo quebraron la vitrina de una tienda. Y esta mujer, que iba pasando, que nada tenía que ver con los manifestantes, dado que muchos entraron por la vidriera quebrada ella también lo hizo, se hizo de una pequeña de esas «mesas ratonas» y fue detenida por Carabineros cuando iba saliendo a la calle.
Esa es la reacción «por simpatía».
Durante el mal llamado Estallido Social fuimos testigos, gracias a la televisión, de mucho de ello.
Había un grupo ciertamente concertado para saquear pero tras ellos, como los perros más débiles, otros que simplemente se «aprovechaban del pánico».
Hay en nuestro cerebro primitivo (el cerebelo) un «deposito» de animalidad irreflexiva en estado de reposo que ante la presencia de la horda, nuestra comunidad salvaje de los inicios, se despierta y sin mediar reflexión alguna acometen contra todo lo que se les ponga por delante.
Un acción tal como la de los perros que ante la presencia de algunos que atacan a otro o a un ser humano, se suman al ataque.
El choclón es irreflexivo, es violento y brutal. Y los aparatos policiales llamados a mantener el orden público terminan accionando del mismo modo.
Después vendrán todas las consideraciones de carácter político, moral y legal pero antes de todas las consideraciones de carácter filosófico que se vayan a exponer estuvo el animal humano, actuando en bandada sin más explicación que el haberle abierto la puerta.

Alejandro Iglesias