La decisión de Joaquín

La relación entre el deporte y el dinero siempre ha existido, desde que eran dos conceptos antagónicos, hasta hoy que es un matrimonio prácticamente indisoluble.

En 1896 Pierre de Coubertin lideró la restitución de los Juegos Olímpicos para homenajear aquella tradición griega iniciada siete siglos antes de Cristo que buscaba al hombre integral desarrollado tanto física como intelectualmente. Por cierto, el objetivo del francés era mantener aquel espíritu, que después sintetizó en la frase “lo importante no es ganar, sino que competir” y así alejar cualquier influencia externa que perjudicara la esencia de este movimiento que comenzó a crecer con los años.
De hecho, hasta mediados del siglo pasado, que un deportista ganara dinero por competir era tan o más grave que hoy detectar uno con dopaje, al nivel que hubo casos de grandes atletas a quienes tras descubrir que habían ganado dinero en competencias anteriores, les quitaron sus medallas olímpicas. Por ejemplo, el estadounidense Jim Thorpe, doble medallista olímpico en Estocolmo 1912, había jugado béisbol y recibía 2 dólares diarios, por lo que tuvo que despedirse de sus preseas. O el extraordinario Paavo Nurmi, uno de los mejores atletas de la historia, apodado el “finlandés volador”, fue eliminado de los Juegos Olímpicos de 1932 porque se supo que había recibido dinero en algunas competencias anteriores.

Así, el “profesionalismo” era un pecado que iba contra de las bases fundacionales del movimiento olímpico, pese a que desde 1928 Coca Cola comenzó a ser el auspiciador principal de los juegos. Contradicción absoluta que terminó cuando se transparentó que ser deportista era un trabajo como cualquier otro y que, además, generaba mucho dinero para las organizaciones que lo dirigen.
Hace unos días el golfista nacional Joaquín Niemann anunció que dejaría el PGA Tour, la principal y tradicional organización de golf profesional fundada en 1929, para irse al naciente LIV Golf, circuito formado con recursos de Arabia Saudita y que entrega premios bastante más sustanciosos, lo que está provocando la fuga de muchos destacados golfistas. Y gran parte de los comentarios para la decisión de Niemann se centraron en que el solo hecho de cruzar el charco a esta nueva liga le reportarán cerca de 100 millones de dólares. Inmediatamente se deslizaron criticas porque se iba solo por dinero, lo que parece curioso, ya que cuesta creer que esos oportunistas opinólogos de redes sociales trabajen a jornada completa de voluntarios en la Cruz Roja.

Joaquín Niemann dijo que obviamente fue atractiva la propuesta económica, pero además le gustó el desafío, ya que en este circuito se juega por equipos, cambian algunas reglas y es una propuesta innovadora. Además, planteó que “siendo de Chile, donde el golf no es un gran deporte y pudiendo ayudar en Chile, lo más importante para mí es atraer a todos los niños y a los jóvenes al golf así vamos a tener superestrellas en Chile. Estoy muy entusiasmado con ello». Discurso que lo ha tenido siempre y no solo ahora para generar simpatía. Quiere que el golf sea un deporte más masivo, como en muchos otros países.

La carrera de Joaquín Niemann es solo su responsabilidad, merced a su talento y trabajo de años. La diferencia de un deportista con otras profesiones radica que su trabajo es de conocimiento público y genera pasiones, al punto que en Chile cuando un deportista o equipo triunfa, la gente dice “ganamos”, pero cuando se asoma la derrota, el reclamo es que “perdieron”. ¿Se imagina que un día Joaquín Niemann le escribe por redes sociales para criticar que usted aceptó una oferta de trabajo y se irá de su empresa actual porque el sueldo será mucho mejor? Así de absurdo suena.

Es la decisión de Joaquín.

Ignacio Pérez Director de la Escuela de Periodismo y Comunicaciones Universidad de Las Américas