La teoría del péndulo o de ese huidizo cariño político

A ojos profanos, lo que ha pasado en las últimas elecciones en Chile parece incomprensible. En apenas tres años el país ha transitado desde un proyecto refundacional de la joven izquierda chilena hasta el polo diametralmente opuesto al votar, de forma contundente, por el partido de derecha más conservador de nuestro sistema. Con 23 consejeros, el Partido Republicano tendrá la posibilidad de veto y sí logra acuerdos con la derecha moderada, será quién lleve la voz cantante en la redacción del nuevo borrador constitucional. ¿Tiene lógica este cambio? Aparentemente no, pero se puede explicar. Para el cansado elector chileno que ha votado nueve veces en los últimos tres años, la ideología parece la última de sus preocupaciones. El pragmatismo ha colonizado el voto. Lo que ayer le importaba ayer en política puede que mañana no le interese. Es un voto utilitario, palmario, de protesta y por ahora responde a lo que aqueja a la población. Es un reflejo de la crisis de seguridad pública, migración no regulada y la larga sombra de la crisis económica. En ese escenario, cualquier afecto hacia el político se desvanece. La desafección se explica en que uno de cada cinco votos de esta elección fueron nulos. La expresión de que este proceso no les representa.
Este oscilar entre extremos no es solo un rasgo chileno, sino un sello de nuestra cultura política continental. En su agitada historia, América Latina se ha movido en espirales de turbulencia, brincando de derecha a izquierda y viceversa, transitando desde la democracia al autoritarismo a la escisión y luego vuelta a empezar.
Recientemente, la teoría del péndulo democrático ha sido puesta a prueba en un Brasil que pasa de Bolsonaro a Lula y también en el zigzagueo imposible de la política argentina de Macri a Fernández, y de éste a su nuevo protagonista, Milei. Nuestra propia historia ha sido testigo de curvas notables, como la que llevó de González Videla a Alessandri Rodríguez y de ahí a Frei Montalva. Qué decir del intercambio de gobiernos entre Piñera y Bachelet.
Es cierto, aunque las urgencias de la población continúan siendo —casi siempre— las mismas (violencia e inseguridad económica), los canales de comunicación y sus actores han cambiado: los procesos revolucionarios de izquierda ya no concitan la emoción de antes, ahora son las redes sociales las que polarizan el debate y lo encapsulan. La pregunta es hasta qué punto. El juego del péndulo puede tener efectos nefastos si no se logran acuerdos y la crisis se agudiza, como ocurrió en Chile en 1973 o en Venezuela, tras el Caracazo.
A última hora del domingo, el presidente Boric y los triunfadores en la elección de consejeros cerraron la jornada llamando a tender puentes. Veremos si estos deseos se mantendrán al final de un proceso que, al menos en nuestro pasado, no tiene precedentes, porque tiene la tarea titánica de abstraerse de la contingencia y pensar en el largo plazo más allá de las fuerzas centrípetas del péndulo y de la historia.

Andrea Gartenlaub Observatorio de la Nueva Ciudadanía Universidad de Las Américas